A todo compás va el corazón,
silente para los astros,
ensordecedor para la orilla del mundo,
oprimido ante el estruendo de la furia.
Mejor será sembrar esos latidos en paredes blancas
y que éstas digan algo cuando las envuelva el sol.
Lanzar cardúmenes para que los versos aprendan a fluir.
Hacer cortinas de auroras boreales,
sostenidas por anémonas, como broches perfectos,
para empezar la luz, siempre la luz.
Llenarse los pies de lodo,
mientras en sus rituales
con el viento el fuego amansa.